La cáfila de degenerados que detentan el poder, enemigos jurados de la sociedad, sembradores de ruina, corruptos y autores de crímenes de lesa humanidad, se solazan con incorregible deleite en la más ruin de las cobardías: la que aseguran la cómoda ventaja y la impunidad.
El más reciente episodio se reportó en Carora. Unos 50 hombres llegan de improviso a Supleagro, empresa con tradición de 55 años, fundada por Ricardo Meléndez Silva, prohombre cuya pasión de toda la vida fue soñar con obras de progreso y luchar con denuedo hasta hacerlas realidad.
A la luz del día ―ya no les hace falta el manto de la nocturnidad― la gavilla de engendros de la revolución, capitaneados por un tal Luiggi Rivero, irrumpieron, con palos, piedras y machetes, seguidos por tractores, camiones volteo y grúas, de los que hacen falta para la construcción. Derribaron la cerca, golpearon a Beatriz Meléndez, representante del comercio, y a otras tres mujeres: una de sus hijas, una sobrina y una cuñada. Las patearon, las insultaron, les robaron sus teléfonos celulares y amenazaron de muerte, movidos por ese odio bastardo que un finado resentido dejó como funesta y lucrativa herencia.
Lo que pudiera anticipar una nueva confiscación, ambiente que añade zozobra a una ciudad sumida en el caos de la falta de agua, gas, electricidad, gasolina, cobertura de internet y fuentes de empleo, ocurre a escasas horas de la entrega en Miraflores, un "miércoles productivo", de un paquete de créditos, en el ánimo de "consolidar la economía nacional". ¡Vaya cinismo! Con razón Carora está indignada. Lo descrito es la más fresca evidencia de que un régimen que hunde en el foso lo que le pudiera restar de popularidad, no vislumbra la posibilidad de someterse al rigor de unos comicios limpios, menos después de verse en el espejo de las elecciones universitarias. Pero el derecho a elegir no puede imaginarse como una concesión del poder a revocar. Este año debe haber elecciones presidenciales, no una bufonada más, y las garantías democráticas tendrán que ser conquistadas por todos, con el mayor acopio de presión social posible.
A contarnos, no hay más elección.
Campanas en el desierto
Por: Lic. José Ángel Ocanto
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