Por: Franklin Piña.-
El Maestro Normalista Expedito Cortés fue capaz de ir más allá del aula y cambiar la visión del mundo en una comarca que no tenía conocimiento alguno de ambientalismo y ecología. Advirtió antes que nadie sobre los peligros de abusar de la Tierra, un principio adquirido cuando apenas era un niño en su natal Sanare, salidos del verbo de un sacerdote llamado Félix Quintana en advertencia desde su estrado clerical, las causas que pronto harían estragos gracias al daño que generaría la tala y la quema en las nacientes de los ríos cordilleranos. Impactado por aquel consejo, Expedito Cortés nunca abandonó su condición de apasionado ecologista, elevando su misión a espacios extensos.
Sugestionaba en sus clases la premisa de que la única manera de entender la naturaleza era ver con la razón y con el sentimiento. Así pues, detrás de aquel hombre con apellido que de antemano denota decencia y moderación, había un alma distinta, fascinante, determinada e inquieta en extremo, y con un apetito insaciable por entender al mundo, observarlo desde la ciencia y el asombro. 
Estuvo marcado por fechas importantes desde el mismo momento en que llegó al mundo, el 24 de julio de 1923, graduándose en la Escuela Normal el 5 de julio de 1950.
Desde hacía seis años se desempeñaba como maestro rural en la Escuela Nocturna de Obreros de Sanare, y con la ayuda de sus alumnos emprendió la reforestación de las nacientes de las quebradas que abastecían de agua a Cubiro y sus caseríos aledaños. Estableció que la tala de árboles alteraba los niveles del arroyo por el desequilibrio que causaba, y abordó una arborización junto a sus muchachos en las adyacencias de las riberas del maltratado afluente, en una cruzada sin precedentes.
Gracias a aquella experiencia que pronto le dio renombre, fue llamado a participar en la reforestación inicial de la cuenca del Río Tocuyo, y como enviado especial del Ministerio de Educación desarrolló un trabajo de concienciación en las comunidades de Humocaro Alto, impartiendo conocimiento sobre el rescate de la “trampa” o “esponja de agua de lluvia”, que con el tiempo reforzaría la infiltración de agua en el subsuelo para que continuara fluyendo en el río.
Su espigada actividad de ambientalista a manos llenas lo llevó a formar parte de instituciones que velaban por la protección y conservación de los recursos naturales, elementos básicos para la sobrevivencia humana y de animales. Fue Secretario de la Sociedad Conservacionista de Carora y presidente de la Junta para la Conservación, Defensa y Mejoramiento del Ambiente de Carora. Desde allí cimentó un legado brillante que hoy, en una ciudad sumida en el letargo, hay que rescatar: fueron escuchados sus planteamientos relacionados a la creación de parques forestales en barrios y sectores. Participó en muchísimas jornadas sobre la conservación, y fue asistente de honor en el Congreso Nacional de Conservación en 1978, celebrado en Parque Central de Caracas.
Un hombre excepcional
Su amigo, el profesor Samuel Vargas, quién no pocas veces estuvo a su lado en aquella labor estremecida de inquietud, lo describe de una manera sencillamente excepcional: “Expedito fue una de esas maravillosas personas que aparecen muy de vez en cuando para mostrarnos la capacidad de quien está empeñado en ser útil, y demostrarnos sobre la capacidad de ciertas mentes humanas”.
Voces que reclaman justicia
Para el escritor Juan Páez Ávila, Cortés tuvo mentalidad y formación científica del siglo XXI. “Desde épocas cuando muy pocos venezolanos se preocupaban y menos se ocupaban de la conservación de la naturaleza, nuestro singular Maestro daba los primeros pasos que lo llevan a ser el pionero de una lucha conservacionista del medio ambiente”.
Subraya que Expedito Cortés estuvo presente en casi todos los actos promovidos por algunas instituciones del Estado impulsados por recomendación de organismos especializados en tan importante avance científico. “Su labor teórica y práctica lo convierte en poco tiempo en el ecologista fundamental de la región Centro Occidental y que lo conduce a la creación del Centro Ecológico del Estado Lara, a la realización de varios congresos especializados y al encuentro con jóvenes especialistas provenientes de importantes universidades, creando el Parque Dinira, que protege al Río Tocuyo, y el Parque Saroche como representación del semi árido larense”.
Afirma el fecundo novelista que ambos parques están llamados a ser parte de uno de los grandes avances de la ciencia ambientalista, “lo que me recuerda el gran esfuerzo intelectual de Edilberto Ferrer Véliz, a quien encontré en Londres donde realizaba un postgrado en lo relativo a la defensa de la naturaleza".
Reclamando justicia para un individuo que jamás se preocupó por hacerse notar o ganar elogios fáciles, Páez Ávila cree firmemente que por su probidad de ciudadano ejemplar, el profesor Cortés merece el reconocimiento de los venezolanos y especialmente de los caroreños de hoy. "Un reconocimiento que debe ser extensivo a Edilberto (Ferrer), Robert Smith, Reina Mejías, Leobaldo Acurero, Joel Meléndez, Otto Chávez y el Chino Lau con quienes compartió responsabilidades en la ejecución de los parques Dinira y Saroche”.
Siguiendo la línea justiciera que demanda Juan Páez, el sociólogo especialista en Tratamiento de Conflictos en el Sector Comunitario de la Universidad de Montreal, Justiniano Vásquez, considera que llegó la hora de que se cree una fundación que honre el nombre del profesor Expedito Cortés.
Argumenta que en un mundo que agoniza por la despreocupación por el medio ambiente, "esta fundación tendría como misión el cuidado y desarrollo de la naturaleza, fortalecer y complementar la educación a jóvenes y adultos". Y propone como objetivo fundamental la elaboración de un proyecto educativo para poner en marcha un instituto de estudios superiores de Ciencias de la Tierra y el Medio Ambiente con el nombre del recordado ambientalista.
Pulsando la opinión sobre las ideas, tanto de Juan Páez Ávila como de Justiniano Vásquez, el políglota y recién homenajeado por sus amigos, Mario de Jesús Torres, pero que Carora conoce como "Ure", la ciudad merece el mejor de los encomios, "porque en sus tantos errores histórico y sociales, está el no haber dado a conocer la obra y el nombre de un verdadero paladín como Expedito Cortés".
Misión a voluntad propia
Ure señala que se trata de una figura que aún en ausencia es toda luz y bondad, "porque trasladó con talento de esteta en la multitud de los detalles, una misión a voluntad propia que quienes lo conocimos, anhelamos grandemente". Y agregamos aquí otro concepto vibrante de Samuel Vargas cuando nos dice que "fue un romántico que nunca vaciló en su empeño, cuando algún desprovisto de esperanzas —que nunca falta— le hacía creer inútilmente que su obra era como arar en el agua".
Director emérito
En la memoria de su hijo, el Dr. Luis Cortés Riera, quién además es el Cronista Municipal, la figura de su padre ocupa lugares especiales. Recuerda que el 15 de septiembre de 1981, un día antes de entregar la dirección del magnífico Grupo Escolar Ramón Pompilio Oropeza después de 21 años al frente de la Dirección, "me dice apesadumbrado debajo del tupido y verde bosque que sembraron durante lustros sus manos: 'Mire, Luis, todo esto se va a acabar.' Ni un ápice se equivoca mi progenitor", dice imbuido en la melancolía.
El frondoso y bucólico bosque fue víctima, "pues, lo primero que hicieron las nuevas autoridades del plantel fue cerrarle los numerosos grifos que alimentaban su hermoso verdor".
Con aquel crimen no es difícil imaginar que paulatinamente fue desapareciendo el microclima que hacía a las aulas de clases agradables y frescas en una ciudad sembrada en el ancho semiárido larense. "Hogaño ha retrocedido la vegetación en un 80 por ciento y ella se retrotrae a las especies adaptadas al semiárido, ceibas, nims, cujíes y olivos, pues las especies vegetales que mi padre adaptó a fuerza de tesón durante dos décadas a este clima duro y seco, fueron progresivamente desapareciendo: limoneros, toronjas, cayenas, flamboyanes, úvedas, etc".
Indica decepcionado que desde ese mismo año comienza un veloz e intenso proceso de deterioro físico e institucional en esa escuela que fue centro piloto de la educación en Torres en las décadas de 1960 y 1970. "Lo primero que pierde el augusto centro educacionista es un vigilante permanente que vivía con su esposa y ocho hijos dentro del recinto de aquella noble arquitectura que diseña Carlos Raúl Villanueva en estilo neocolonial, para el gobierno civilista del presidente Medina Angarita", indica.
Remata diciendo que la escuela quedó de tal manera solitaria aquel fatídico año 1981 y a merced de la “malechuría”, empleando una palabra salida del genio de Chío Zubillaga.
"Toma fuerza nuestro empeño", apunta Justiniano Vásquez. "Aquí, en la provincia de Quebec, fue donde vine y pude comprender y apreciar mucho más esa gran labor ecologista del profesor Expedito Cortés. De verdad que fue un hombre que se sobreponía a la realidad histórica de esos momentos que le tocó vivir, como un gran Maestro y líder ambientalista".
La experiencia canadiense de Vázquez radica en la gran sensibilización por la protección del medio ambiente, "donde se me ha venido a la mente que hay que darle continuación a esa gran labor desempeñada por el profesor Expedito Cortés".
Queda entonces para la discusión posterior, la historia de un ser que tuvo como norte la tenacidad; un hombre genial, de ideas dimensionales que crearon otra escuela: la ambientalista. Un hombre de voluntad implacable cuya vida —como dijimos al principio—, estuvo ceñida a fechas importantes, pues, sus pasos detuvieron su andar por la vida el 28 de mayo de 2001, horas antes del Día del Árbol.
Créditos para esta crónica
Testimonios: Samuel Vargas
Juan Páez Ávila
Justiniano Vásquez
Mario de Jesús Torres
Luis Cortés Riera
Video: Justiniano Vásquez
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