Por: Franklin Piña.-
Desde el seno del periodismo caroreño, que tiene bien ganada fama en el campo del saber, salió una de las plumas más polémicas que se hayan conocido durante los últimos años: la de Juan Perera. En realidad tenía muchas plumas en su enriquecido tintero este copioso intelectual. Tuvo la terrible y justiciera para el malvado poderoso, la circunspecta para los hombres honrados, la burlona para los tontos; pero para los que a sabiendas disfrazaban la verdad, para los hipócritas, no tenía pluma, para esa "raza" Juan Perera tenía un látigo, condición que le acarreó escasa simpatía en ciertos grupos, llevando su vida con los aires que proporciona el sentido de libertad y siempre se las marregló para sumar más amigos que enemigos.
Sus columnas fueron de las más leídas y no en pocas ocasiones el motivo principal de las ventas de los periódicos en que aparecieron. Su particular forma de redactar dejaba en ocasiones al más despistado lector en "la misma" por no saber descifrar sus códigos. "Tenía la manía, no sólo de hablar en claves, sino de escribir en claves. A veces nos veíamos en la obligación de tomar el teléfono y llamarlo para que explicara qué quiso decir. Sin duda que eso denotaba en él una gran inteligencia", dice su amigo de infancia Cécil Álvarez Yépez.
Su vehemencia la compara con la furia del mar, expresando que fue un escritor que incendiaba y a la vez reclamaba justicia para los débiles. "Fue un luchador social desde la trinchera del periodismo, ése que compartí con él en la época de El Diario sin ninguno ser periodista; yo como director y él como el empleado principal. Fue una época excelsa", agrega Álvarez.
Su pluma era picante y puyuda, y por tanto un consecuente generador de opinión. El editor que osaba por sugerirle delicada fineza y repulida elegancia en sus escritos, perdía su tiempo, y censurarlo era un error.
La asombrosa erudición de Perera era multifacética, adqurida en calidad de voraz lector del infinito desfile de libros que cayó en sus manos. "Todo eso fue un volcán que estalló en Juan Bautista haciéndolo tan especial", opina otro de sus infantes amigos, el presbítero Alberto Álvarez Gutiérrez.
Las letras, con su entramado de vértigos cambiantes lo llevaron a enamorarse de las armonías del mundo griego y romano. Leía y escribía inglés y conocía bastante el francés. Leyó en profundidad a los padres de la Iglesia: San Agustín, San Ambrosio, San Gerónimo. De su acendrado cristianismo, inculcado en la casa que capitaneó su madre biológica María Engracia Montes de Oca de Perera, surgió su adhesión al providencialismo histórico. Devoró con avidez los textos de Chío, de Ramón Pompilio, Héctor Mujica, Ambrosio Perera y Rafael Oropeza; además de otros intelectuales caroreños quienes con sus aportes le han dado universalidad a nuestra forma de percibirnos y asumirnos. Siendo un adolescente, de la mano de su primo el Bachiller Orlando Álvarez Perera, conoció la obra de Chateaubriand, Lafuente, Lamartine, Cantú. Escritores liberales, románticos. Del romanticismo le interesó su apego al pasado, a los sentimientos, a las tradiciones; la opción por la sensibilidad frente a la razón, la exaltación del héroe, de las élites, de la historia patria.
Estuvo orgulloso de pertenecer a las familias más antiguas de Carora, de las que conoció al dedillo historia y descendencia. Dimensionaba este disfrute resaltando la inteligencia, la cultura, la sabiduría que eran huella de este pasado y nuevos caminos para el presente y el futuro.
Pero además, Juan conoció al del barrio con quien también se sentía a gusto. Recuerda el Padre Beto que su abuela Candidita le contaba a su padre, el insigne Dr. Paúcho, que cuando era regañado por tantas malacrianzas, Juan se alzaba y salía de casa sin decir su destino. "'Pauuucho, es godo como ustedes, pero del pueblo como nosotros'. Y estallaban los dos en contagiosa carcajada".
Al arrabalero le hacía mención constante de los nombres que ennoblecen el gentilicio caroreño desde sus logros en literatura, música, medicina, cultura, ciencia y deporte. Su baremo para ubicar importancias estaba calibrado para honrar el intelecto y en ello era estrictamente selectivo.
También el cine y el teatro fueron parte de su instrucción, capaz de dialogar en interminables coloquios botiquineros ante la mirada pasmosa de sus oyentes.
Pero aquel caudal de conocimiento en opinión de muchos estaba desperdiciado, pues, su erudición no tuvo que ver con la de un sistemático y ordenado metódico, totalmente ajeno al podium, al salón, a los aplausos y a la formalidad. "Una vez le propuse que hiciera lo mismo que Caupolicán Ovalles en el Vecchio Molino, uno de los tres antros de la llamada 'República del Este' en Caracas, donde a Ovalles le regalaban los tragos porque atraía clientes. Pues bien, cuando Juan Perera estaba en El Páramo o El Platanal, aquello se llenaba para oírlo con atención. Cada cuento, cada historia, cada anécdota era una cátedra", dice el periodista Pedro Claver Herrera, quien lo conoció a fondo. Y su hermano afectivo, el analista Jorge Euclides Ramírez, sentencia que en esa especie de viaje a las entrañas de nuestra idiosincrasia, "Juan se blinda contra el tedio mediante una constante introspección, donde la música de las décadas del sesenta y setenta del siglo XX, su pasión por el equipo Torrellas y el escribir a diario sobre lo cotidiano y lo transcendente, fueron sus alas para volar victorioso sobre la rutina".
El presbítero subraya que así como era rojo cardenal, era verde torrelero. "Fidelidad que no reflejó en la política donde fue un constante saltarín. Desde vestirse como Jóvito y ser lo que Cheíto Herrera dijera, el primo y héroe de sus madres, al massista comunista joven capaz de picar algo con los copeyanos al ser Gobierno". Agrega Cécil: "...y terminó siendo adeco como todo masista inteligente".
Consecuencias de su humanismo
Juan Bautista del Carmen Perera Montesdeoca fue un niño a quien su familia quería médico para que continuara la misión sanadora de su padre, el Dr. Tita Perera Meléndez, quien murió a muy temprana edad. "Aquella orfandad tempranera lo hizo crecer en un ambiente mágico", dice el sacerdote amigo. Asegura que su papá hacía milagros, "era como José Gregorio, y Juan, su retoño último, era como un ser extraordinario, de novela".
Relata que su tío Ambrosio Perera y tres hadas madrinas hacían realidad todo cuanto se le ocurría en un cuarto y en una hamaca donde transcurrió su niñez ante el fantagónico de sus amigos. "Lila, chía y Carmen 'La Maguacha' hicieron de él un ser único e irrepetible. María Engracia se imponía con un carácter más que fuerte: arrechísimo si me permite mi Obispo decirlo, pero no pudo. Era más el arraigo, la sangre, esa mezcla de Perera, Yépez, Brizuela, Montes de Oca, Carmona la que sobresalió en ese ingenio".
Su vocación se orientó por las ciencias sociales, el Derecho y la Política. Se gradúa de bachiller en Humanidades en el Liceo Egidio Montesinos para de inmediato iniciar estudios en Derecho en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Comienza a despuntar gracias a sus sobresalientes notas ganándose el reconocimiento plural de sus profesores y compañeros, cuando abren la escuela de Ciencias Políticas en la misma Facultad, entonces Juan se incorpora a ese nuevo reto universitario.
"Su pensamiento era entonces más maduro y sistemático", asegura el sociólogo Agustín Suárez Sánchez, recordando que la simpatía por regímenes como el soviético y cubano pasaron a formar parte de su pasado rebelde. "Desde ese entonces comienza a enarbolar las banderas de un mundo democrático que permitiera el desarrollo del pensamiento libre y creativo".
Jorge Euclides Ramírez explica que aquello demostró que siempre estuvo en el camino rompiendo esquemas, "buscando nuevas rutas intelectuales que lo acercaran a la comprensión de un mundo cada vez más complicado, dividido y jalonado por protagonistas de ideas y creencias variadas y enfrentadas".
Suárez Sánchez evoca las vivencias de aquella década en la que ocurrieron sucesos como el Mayo Francés, que tuvo repercusiones fundamentalmente en los movimientos estudiantiles. "Las concecuencias del fracasado movimiento guerrillero y la muerte del Che Guevara en octubre del 67; otro acontecimiento fue la invasión de la Unión Soviética a Checoslovaquia en agosto del 68. Todo esto influyó grandemente en Juan para que se produjera en él una ruptura con el pensamiento que concebía el mundo desde una perspectiva política totalitaria. Y con una nueva concepción del mundo, inicia así sus estudios universitarios".
Como estudiante, Pedro Claver asevera que fue muy sui géneris. "En la Escuela de Estudios Políticos fue un estudiante aventajado, Cum Laude; sobrepasaba la media entre sus condiscípulo. No se graduó porque no le dio la gana, y por negarse rotundamente a cursar la materia de estadística".
Opina que una de sus características fue obviar por siempre las responsabilidades. "Por esa razón prefirió estar tras bastidores de la dirigencia estudiantil en lugar de ejercerla. Sin embargo sus ideas eran muy respetadas, escuchadas y seguidas por los líderes estudiantiles de entonces: Alexis Ortiz, quien luego fue alcalde de Lechería (Anzoátegui), Pastor Heidra, exministro de CAP, Freddy Valera, exgobernador de Bolívar; Leopoldo Puchi, dirigente nacional del MAS; Didalco Bolívar, exgobernador de Aragua, entre otros".
Ramírez lo cataloga de meduloso y bien estructurado académicamente. "Hacía un esfuerzo odioso y pugnaz por ocultarlo. Como pocos manejaba la evolución del desarrollo socioeconómico del mundo occidental con datos y registros precisos. Para acceder a este conocimiento enciclopédico que él tenia acoplado a las ciencias políticas, había que desafiar los guardianes dionisiacos que apostaba a las puertas de su refugio críptico".
Recomienda que los aportes de Juan Perera a su pueblo deben ser rastreados como se buscan los tesoros ocultos en la arena, "y de esa misma manera debemos proceder para encontrar su pensamiento entre los miles de textos que de forma cotidiana escribía en los periódicos donde plasmó su inteligencia y sus saberes".
Verbo demoledor
Mantuvo la firmeza de sus afectos y la legitimidad de sus opiniones, pero aquellos que provocaron sus dardos venenosos lo persuadieron a sumergirse en una enconada lucha en la que el arma era su verbo, especie de mole avasallante que enterró en el olvido a procaces enemigos de su pluma. A Juan se le insultó y hostigó en forma soez. Los partidarios del chavismo echaron mano a las frases más sucias y urdieron chistes y anécdotas infames en torno a su persona. Y les respondía en tono de soberbia: "el día que todo acabe nadie se acordará de ustedes, en cambio yo seguiré siendo Juan Perera, esté donde esté".
"Luchó siempre para hacer las cosas y dejaba que el mundo a su alrededor avanzara e hiciera su trabajo", apunta desde Montreal otro sociólogo amigo suyo, Justiniano Vásquez.
"Eso lo hizo deslumbrar y fue brillante. Un liberal, librepensador, una biblioteca, de memoria prodigiosa y gran pensador capaz de mover las piezas con un magistral maquiavelismo", dice el Padre Beto.
"Nunca comprendí cómo un estudiante exitoso y motivado con las carreras universitarias que cursaba, pudo abandonar sus estudios", dice Agustín Suárez y Pedro Claver asegura que "jamás cedió en esa permanente vida bohemia por los rendijos botiquineros y tascas".
Cecil Álvarez indica que Juan Perera es una de las personas más inteligentes que ha conocido, y coincide con el presbítero: "Benefactor, costumbrista, terrible y peligroso en la acera del frente en la que casi nunca estaba; pero cuando estaba, estaba".
Juan Perera murió el 19 de noviembre de 2017 a los 65 años de edad, en medio de su dilecto y desposado desapego a lo material, alumbrando con sus tenues luces el melancólico ocaso de su existencia.
Colaboraron en esta crónica:
TESTIMONIOS :
Pbro. Alberto Álvarez Gutiérrez
Lcdo. Cécil Álvarez Yépez
Lcdo. Jorge Euclides Ramírez
Licdo. Pedro Claver Herrera
Soc. Agustín Suárez Sánchez
Soc. Justiniano Vásquez Herrera
FOTOS CORTESÍA:
Licdo. Carlos Asdrúbal Figueroa
Loc. Luis "Morocho" Alvarado
VIDEO:
Soc. Justiniano Vásquez
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