Venezuela y sus hijos han sufrido en demasía durante los últimos 22 años. Tanto, que hoy no solamente vemos un país destruido sino un tejido social devastado, arrasado, clamando sangre y muerte para intentar sosegar su dolor.
Disentir, discrepar, divergir es normal en cualquier sociedad del mundo; es normal hasta en un núcleo familiar. Lo que no es normal es odiar, atacar, insultar y estigmatizar a quienes piensan distinto y, de paso, criminalizar a quienes llaman a la sensatez y el sentido común
Muchos –no todos– están llenos de odio y resentimiento que, al no saber cómo canalizarlos, lo vomitan a través de las redes sociales en un torrente de tirria que preocupa y deja mucho que pensar de la salud mental y emocional de quienes lo liberan.
Muchos –no todos– practican lo que tanto criticaron. Los extremos terminan por parecerse, tocarse y fundirse en un mismo sentir. Hugo Chávez sembró odio e indolencia en nuestra población, y desafortunadamente encontró tierra fértil. Hoy cuenta con demasiados buenos alumnos.
Si mueren funcionarios civiles o castrenses, muchos opositores –no todos– se alegran y celebran; si muere un opositor, muchos chavistas –no todos– lo vitorean y aplauden. ¿Dónde están la humanidad, solidaridad y empatía que caracterizaron a los venezolanos aquí y en todo el mundo?
Ha germinado en Venezuela una indiferencia terrible ante el dolor ajeno, que no se puede imputar solamente a la pandemia. Cada quien tiene la posibilidad de elegir entre odiar y amar, entre destruir y construir… pero nadie –léase bien, nadie– puede obligar a otros a odiar y destruir
Venezuela necesita compasión, clemencia, humanidad, sensibilidad de sus hijos; esa sería la mejor “venganza”. Justicia queremos, exigimos, demandamos todos, pero ella no implica tener que ver pasar el cadáver del adversario y bailar sobre él.
Si no hay reconciliación y sanación, prevalecerá el odio. Hasta las palabras de buena voluntad que el Papa Francisco ha pronunciado para Venezuela en su momento, han sido blanco de ataques arteros y malintencionados.
Existen diferencias políticas, ideológicas, culturales, religiosas. Esa es la diversidad ¿Por qué odiar a quien no comparte tu ideología, costumbres, cultura? No estamos bien como sociedad; y en esa podredumbre no puede gestarse un cambio en positivo. Venezuela está rota y duele.
Venezuela fue la tierra de la amistad, la solidaridad, camaradería, humanidad y simpatía; fue la tierra de todo aquello que nos hizo únicos en este planeta. Rescatemos cada una de las virtudes perdidas, porque sólo en nuestras manos está la oportunidad de elegir ser mejores.
El 21 de noviembre tendremos la oportunidad de iniciar un cambio que sugiere la participación de las bases. Y es que nos toca empezar de abajo hacia arriba nuestra transformación, pero todo pasa por saber qué quieren los venezolanos realmente. Todos estamos llamados a participar y por supuesto, en Unidad vamos a lograr reunir a los mejores hombres y mujeres que tendrán el compromiso de darle a Venezuela un mejor trato que sirva para volver a nuestras raíces, valores y principios que debemos promover para mejorar realmente.
Yo tengo mis candidatos y están en la Unidad Democrática. Con Javier Oropeza a la alcaldía y los candidatos a concejales con un sentido grande de pertenencia y la certeza de un proyecto país de inclusión y desarrollo, donde todos valemos y somos importantes, donde todos seremos los protagonistas de los cambios que necesita nuestra nación.
Por: Jean Carlo Rojas Leal.-
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