Su voz, ciertamente, era privilegiada, poderosa, original. Estaba dotada de un timbre con el que él podía jugar a su antojo. Y lo hacía, con desbordada picardía, talento a flor de piel y carisma a borbotones. Esa voz poseía un brillo que congeniaba con su sutil y chispeante manera de decir las noticias y soltar, de una misma vez, sin aviso ni protesto, sus irónicos comentarios, sus cándidas irreverencias para ser entendidas por todo buen entendedor, engarzados esos aderezos verbales en las notas que leía, como quien no quiere la cosa, como si se tratara de la espontánea y traviesa guinda que la conciencia colectiva le iba susurrando al oído.
Se nos fue, pues, sofocado por el covid, Víctor Torrealba Leal. Comunicador nato. Uno de los últimos espadachines de la palabra, hijo dilecto de la radiodifusión venezolana en su época estelar, cuando desde esos aparatos se procuraba complacer a un público ávido de narraciones memorables, dicción cuidada y una frase dicha con toda la gracia y conjugación de donosura posibles.
Víctor lograba, a lo largo de la semana, lo que pocos de su estirpe pueden alcanzar. Amasó un público que lo seguía, penitente, ahora en la radio, ahora en la pantalla de Promar, con fruición embelesada, gozosa. Ese público, cautivo a placer, podía tranquilamente sacrificar su sueño para sintonizar El Madrugonazo, a las 5:00 a.m., en la televisión, y luego mudarse a la radio, hechizados por aquel vozarrón que lograba hacer reír al exponer, junto al suceso o la opinión formal, la crítica aparentemente inocente, jocosa, con la que embadurnaba y volvía tolerable el drama nuestro de cada día.
No digo más, en su honor. Callo también, ante el silencio de esa voz dorada. Para muchos, para quién sabe cuántos, las madrugadas ya no serán las mismas. Serán, apenas, parte de esa solitaria y fría penumbra que nos envuelve sin remedio.
Adiós, hermano. Adiós, "Cholito mayor".
JAO
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