José Ángel Ocanto.-
Esto ha llegado a un punto de quiebre definitivo, doloroso, que exige enfrentar con determinación la colosal caída de la economía venezolana, en directo y criminal perjuicio de la población, la que sigue aquí y la que busca fuera de nuestras fronteras alguna vía de sobrevivencia y de salvar la dignidad.
Digo a conciencia que esta debacle es criminal porque fue planificada, así lo han confesado los que en su ambición de saquearlo y exprimirlo todo y asegurar el control social, prolongan esta pesadilla. Este exterminio, toda esta penuria colectiva, es el precio que se nos condena a pagar para que el opresor y su rapaz camarilla se sientan satisfechos algún día. Cuando se harten o no descubran más nada qué robar.
En tanto, una inmensa mayoría de venezolanos son forzados a mendigar una pensión miserable, a percibir un salario que es un ruin espejismo, a resignarse a depender de una remesa del exterior, y a padecer, día tras día, la pulverización de una moneda que, al ir al mercado, ya nadie encuentra cómo estirar. Las escenas de quienes frente a las cajas registradoras deben devolver con vergüenza la verdura o la fruta para las que no les alcanza (no hablemos de carne ni de pescado) le estrujan el corazón a cualquiera.
Y, por último, la opción que debe ser encarada en el hogar: las veces que se va a la mesa reducidas a dos al día, a una, encontrar una forma heroica de aplacar y engañar los reclamos del estómago, el estómago del desesperado padre, el crujir intestinal de sus inocentes hijos.
Llegó a decir Alí Lameda, el universal poeta caroreño, un comunista que debió probar las amarguras de esa ideología en el poder (purgó siete años en un presidio de Corea del Norte, oprimida por sus camaradas), decía el poeta, experiencia de por medio, que no hay peor tortura que el hambre.
Pues, así sea movidos por el hambre y la desesperación, decidámonos de una buena vez a ponerle punto final a esta farsa criminal y miserable.
Basta de palabrería hueca. Sería glorioso que reaccionemos y lo hagamos sin más tardanza ni temor, movidos por hambre y sed de justicia y amor a la libertad. Sería mil veces más digno entregar la vida en esa lucha que malgastarla en vegetar.
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