El título de primera dama, y hasta el muy cursi de primer caballero, tiene un sentido eminentemente protocolar y se le da, por ejemplo, al cónyuge o descendiente del Presidente, así como lo decide el color de la sangre bajo una monarquía. Es, pues, algo que se adquiere por un simple nexo marital (no siempre duradero) o consanguíneo.
Ahora, ¿por qué tiene que ser así siempre? ¿No puede, o no debería, una sociedad, la venezolana, pongamos por caso, infringir esa convención de la autoridad política, oficial, o de la corona, que reclaman para sí mismas una supremacía por sobre los valores morales, ciudadanos, verdaderos, de una nación entera? ¿No es válido, y gratificante además, desvincular de una buena vez del mero ejercicio eventual y burocrático, de los fastos del poder y sus monumentales pequeñeces, la figura del hombre y de la mujer esclarecidos, ilustres por sus vidas modélicas, puesto que marcan hitos y están consagradas a una vocación altruista, a elevar con sus gestos y artes la condición humana, en una palabra, a hacer más vivibles nuestras mortales y a ratos miserables vidas?
Formulo esta quizá larga introducción para proponerles a los larenses que procedamos a nombrar Primera Dama del estado Lara a lo largo de todo el año próximo a iniciarse, 2023, a Yuyita de Chiossone, una caroreña nacida en Caracas, mujer que es prototipo de bondad, honradez, cultura e integridad. Su sola imagen irradia, con elegancia y belleza naturales, los valores de excelencia que distinguen a una sociedad en su eterna pugna por superarse, generación tras generación, y no ceder a la invasiva corrosión de la decadencia.
José Ángel Ocanto.-
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