Así es la entrada a un lugar en donde la desidia llegó para quedarse. |
No es necesario indagar mucho para caer en cuenta sobre el estado de desidia, abandono, dejadez e indolencia en que se encuentran los dos cementerios públicos de la ciudad, los cuales dependen administrativamente de la Alcaldía de Torres.
Si bien es cierto que los camposantos fueron objeto del más vil abandono por parte de administraciones pasadas, también es cierto –de acuerdo a lo dicho por quienes son asiduos visitantes–, que la presente administración tras un año de gestión, tampoco es que ha hecho algo para por lo menos decir que se está en presencia de un intento de rescate de estos espacios.
Entierros “relámpagos” ante la probable visita de la delincuencia. |
Esta crónica, sin embargo, está circunscrita a lo que pudimos palpar el pasado sábado 31 de diciembre cuando acudimos al cementerio localizado en la vía que conduce a la población de Aregue, parroquia Chiquinquirá, para las exequias de nuestro amigo y con el que nos unían lazos familiares, Wilmer Rafael Aponte, por cierto, ex funcionario de esta administración.
El lugar de inhumación de los restos de nuestro gran Wilmer, simplemente es un desastre, un territorio que indigna y donde reina el olor de la muerte. Las imágenes realmente son de pena, pues un simple paneo por el lugar nos muestra tumbas abiertas y exponiendo los huesos de los cadáveres a la intemperie. “Esto es lo único que se ve (…) Cajas abiertas, los muertos tienen que estar allí. Las tapas de las tumbas se las han robado. Es todo destrucción, es una falta de respeto”, comenta un pana que pasaba por el lugar proveniente de El Rosario, ruta que para ser más corta debe atravesar el cementerio, mientras la profesora Esperanza de Riera emitía una arenga fúnebre en honor al citado dirigente de COPEI.
La delincuencia arrasa con todo lo que algún valor o uso posea alguna tumba. |
ZONA ROJA
En los estrechos caminos es común ver restos de urnas, lápidas y cruces partidas producto de las acciones de los “buscadores de tesoros” entre los cadáveres que revisan para ver si han sido enterrados con dientes de oro y otras prendas. De manera que la inseguridad, las profanaciones, el deterioro y el saqueo ya se han convertido en situaciones “normales”, en donde los visitantes ya ni denuncian, pues las autoridades nunca ofrecen respuesta. Solo les queda a los familiares pedir protección al alma de su familiar allí sepultado para que lo ampare de todo mal y peligro.
Pero este cementerio también se ha convertido en una zona roja por el alto índice delictivo, pues, nos confirmaron que se deben realizar “sepelios relámpagos”, ya que se han dado casos que han robado a todos los acompañantes del difunto antes de meterlo en la fosa.
El olor de la muerte envuelve el lugar ante la exposición de cadáveres. |
La práctica de la brujería es adicional al desastre, ya que la oferta de trabajos espirituales está a la orden del día como otro de los “negocios” que han ganado terreno en este necrofílico lugar. A cualquier hora se puede ver personas que fuman tabaco, prenden velas y rezan pidiendo favores a los espíritus. Sobre las tumbas dejan envases con restos de pólvora envueltos en trapos y muñecos de telilla.
No hay que caminar más, aquel panorama insoportable del “cementerio de Aregue” (como suele decirle el común), es un reflejo de lo que es el país. “Tener esto en el olvido refleja la mentalidad de ‘esto no es problema mío’. Es un síntoma de una indiferencia que nos condena”, nos comentó el Dr. Hildebrando Riera mientras nos acompañaba en la toma de las fotos.
En las placas de mármol de los nichos ya no predomina el rostro ovalado del difunto junto con la cruz y las plaquetas de mensajes formales de despedida de familiares. Aquello se lo llevan, la delincuencia arrasa con todo lo que algún valor o uso tiene.
Pareciera que allí no hay remedio, aquello parece irrecuperable. Ir al “cementerio de Aregue” no es fácil. No sólo por lo que implica una movilización con escasez de gasolina que permita la remoción de los sedimentos de la historia propia, recordar, añorar, sino por el vertiginoso ritmo del desastre que lleva por un tendido aquel ensombrecido lugar, lo cual significa señores, atentar contra la vida misma. Allí no hay paz.
Texto y fotos: Franklin Piña.-
@sobre.300
Cementerio “de Aregue” (así lo llaman popularmente), donde la desidia y el caos consiguió refugio.
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