La caroreñicidad, ese término nuevo que fue acuñado por el padre Beto, es entendible para todo el que habita este terruño llamado Carora y tiene mucho que ver con lo que somos y como actuamos frente a nuestras condiciones en todos los ámbitos.
A través de esta columna, la cual llame Ecos, obedeciendo a lo que quiero trasmitir en ella, quiero que sea una especie de caja de resonancia, de diversos temas y hoy comenzaré a describir personajes que para mi, marcaron un hito en la historia de nuestra ciudad y es que a través de todos estos personajes rendiré tributo a esos seres humanos que tras su paso por acá, marcaron de una u otra manera el camino, sin duda a cada uno de ellos, le debemos esa particular forma de ser del caroreño, singular por demás.
La particularidad de algunas personas hace que su recuerdo perdure en la memoria del colectivo y más aun de quienes lo llegaron a conocer desde cerca.
El ciudadano que definiré hoy no es fácil de describir y mucho menos de comprender, sin embargo, gozó del aprecio de muchos quienes lo conocieron.
A pesar de sus excentricidades, fue amigo de la mayoría, supo conocer e incrustarse en los gustos de personas muy distintas, subía y bajaba en diferentes ámbitos.
Él andaba con todos sin ningún distingo, en todos los agapes se hacía sentir. En unos era invitado de honor, en otros hacia honor con su presencia, reía a placer, tuvo un humor inteligente, acomodaticio por llamarlo de alguna manera, su idioma obedecía a la charada, jugaba a la sorpresa, quizás fue su mayor peculiaridad.
Hombre leido, con una visión holística impregnada de su época de oro, tiempos caraqueños en su Universidad Central, donde estudió varias cosas y terminó graduandose en bohemia y dejándole sus amigos famosos, como el mismo los llamaba. Por cierto, ante cualquier hecho nacional, hablaba sobre el tema para luego ponerle piquete a lo escuchado telefónicamente, así era.
Se jactaba de decir que tenía tres listas de amigos, los buenos, los malos y los que son. Estas listas solo tenían en cuenta los que para él eran, de resto jugaba a placer, cuando le tocaban este tema.
De gustos exquisitos que supo ambientar en cualquier recinto, lograba dar un aura distinta donde llegaba, era el tipo que muchos querían brindar, una especie de show diario para quienes disfrutaban su compañía.
Amante del béisbol pero con un profundo amor por su leña verde del Torrellas, fue su primera mascota, según su biografía. En su vida vivió y disfruto el estadio de Carora como nadie. En muchos encuentros de remota data, se jactaba de no pagar la cerveza. A él, cosas como estas le solían suceder.
Su paso por los medios de comunicación caroreños dejó huella, es imposible olvidar lo sucedido con sus programas de radio, lograba una conexión llana y sincera con sus escuchas, era mediático, sin duda, esa perspicacia que lo identificaba, sazonaba de manera perfecta todas sus entrevistas.
Miró a Carora, desde su celosía, escribió sobre diversos temas, su visión quedó plasmada en un sin fin de columnas, detalló cada vibra caroreña desde su picardía.
Al final de sus días, se refugió en El Platanal, allí sus últimas conversas.
Desde Ecos, un placer describir a alguien tan singular, todos saben quién fué.
¡Juan Perera, él!
Por: Pedro José Álvarez Chirinos.-
Por: Pedro José Álvarez Chirinos.-
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